Durante los 60 el régimen dictatorial franquista fue absolutamente indiferente ante el movimiento rock y pop que sacudió el país y, desde luego, no existió ningún tipo de apoyo por su parte. Eso tuvo sus cosas buenas (la proliferación de conciertos, el aumento de ingresos económicos y de presencia a nivel de público por parte de las jóvenes bandas, el ambiente propicio al rock en general) y sus cosas malas (el aprovechamiento por parte de las instancias políticas, la pérdida de la espontaneidad y el ensimismamiento y «autismo» en que el propio movimiento terminó cayendo).